En cierta ocasión un joven amigo de Albert Einstein le presentó a éste a su hijo de 18 meses. El bebé observó durante unos instantes la cara envejecida y arrugada del físico y acto seguido se puso a gritar.
Enstein comenzó a acariciar la cabeza del niño mientras le decía:
–Es usted la primera persona en muchos años que me ha dicho lo que realmente piensa de mí